CRITERIOS
Decía Hemingway que las corridas de toros le resultaban morales, dado que entendía que es moral lo que hace que uno se sienta bien, e inmoral lo que hace que uno se sienta mal. Añadía luego que no trataba de defender este criterio moral ante nadie, pero con él acudía, satisfecho, a los encierros y a los toros de San Fermín. Al margen de la moral y de la ética, los toros enfilan ahora Estafeta embistiendo las sombras de los corredores, mientras espectadores curiosos observan las artes del engaño y aprovechan una tregua para considerar el problema. ¿Acaso sufren estos –se preguntan- que amenazan a los mozos y que resbalan vacilantes en la curva de Mercaderes? ¿Puede hablarse de “derechos animales” y aplicarse este supuesto a un pelotón de aguerridos morlacos? El signo de los tiempos –piensan- deja trampas extrañas a lo largo del recorrido. La zancadilla es de primera y la fiesta no invita a ello; pero los hay que llevan tiempo trabajando en el dilema.
Los amigos de los animales, por ejemplo, opinan que no hay discusión posible: estamos ante una tortura (“nada repugna tanto al sentido moral como la tortura”, escribe Jesús Mosterín), el toro sufre como nosotros, tiene un sistema límbico muy parecido al nuestro, sus neurotransmisores bien podrían ser nuestros neurotransmisores, etcétera. Pero productos contradictorios generan efectos contradictorios entre animales (o no) contradictorios. Los criterios que se utilizan para evaluar el asunto pueden variar cuando se vinculan a circunstancias de aplicación concreta. Dónde y cuándo se sitúan los niveles de tortura no parece aclarar mucho las cosas. ¿Cuál es, según esto, el grado de sufrimiento aceptable para nuestras conciencias? ¿O es que pensamos renunciar también a determinados placeres gastronómicos? En cuanto a los defensores de la fiesta, tampoco lo tienen mucho más fácil. Se salvan –opinan algunos-, gracias al arte, la danza, la plasticidad pictórica, el valor del hombre, la nobleza del toro. Todo ello mezclado, eso sí, con una dosis exacta de sangre, dolor, crueldad y violencia.
La trampa, a lo largo del recorrido, nos acerca a cuestiones derivadas de los avances en el terreno de la genética. ¿Compartimos qué genes en un espacio idílico de parentesco genético? De ahí a la filosofía del Proyecto Gran Simio hay sólo un paso. Y ya lo ha dicho, oportuno, el profesor José Luis Pardo: “Considerar a las personas como animales no es más que la otra cara de considerar a los animales como personas”. Para concluir: “¡Cuánto daño has hecho, Walt Disney!”.
5 comentarios
Magda -
Todo maltrato tanto humano como de animalitos, reitero, me parece aberrante.
Muchos saludos.
Enrique -
Pedro R.: en cuanto a la ironía de Pardo: que se planteen derechos a determinados animales (que, por otra parte, carecen de obligaciones), derechos que no disfrutan determinados seres humanos, no deja de tener su gracia. De ahí, quizá la ironia en alguien, además, que no la prodiga gratuitamente.
Aconsejo, en estos temas (voy a dejar de lado a Peter Singer, el adalid de la liberación animal), la lectura de Victor Gomez-Pin, Catedrático de Filosofía de la Autónoma de Barcelona: El hombre, un animal singular y La escuela más sobria de la vida. El toreo, según Gomez-Pin.
En fin, en este tema (como en otros) me asaltan innumerables contradicciones.
Un abrazo a todos.
manolotel -
Pero las comparaciones hacen aparecer estas consideraciones como amorales si hacemos la reflexión de lo poco que hacemos poe evitar el sufrimiento y la muerte de tantas personas en el mundo por falta de ayuda externa (o por exceso de depredadores externos).
En determinados niveles de supervivencia también se llega a tener un cariño muy especiala los animales de los cuales se depende pero no hasta el punto de darles un lugar en la mesa. Su estatus está muy por debajo a lo que algunas personas estiman en sus automóviles.
Por otra parte:
¿Es arte el toreo? ¿puede ser arte algo que causa la muerte?¿es necesario el arte como alimento espiritual?
Y hay otros matices.
Magda -
Un abrazo para ti.
Pedro R -
Un saludo, Enrique.